10.05.2011

La vida en rosa

Es bien sabido que los atletas de alto rendimiento, corredores, ciclistas, incluso nadadores, rasuran sus cabezas, torsos, piernas y a veces hasta las cejas para poder ganar segundos al reloj y alcanzar la victoria. El pasado domingo 2 de octubre, en la carrera de 5 kilómetros muchas de las participantes lucían dicho “look”.  Ellas no buscan ganarle segundos al reloj de una competencia.  Buscan ganar segundos de vida y entre los muchos sacrificios que implica esta victoria, está el perder la cabellera, las cejas, las pestañas, a veces un seno. Son las corredoras que están en la lucha contra el cáncer de mama, algunas en plena batalla, empujadas en su silla de ruedas, paliacate cubriendo la impuesta calvicie. Algunas corren apoyadas por su equipo, lucen apenas los brotes de su nueva cabellera.  Muchas se acompañan de sus esposos, hijos, novios, amigos y compañeros del trabajo. Otros corremos solitos, en memoria de las que no pudieron continuar la carrera de la vida, en honor a las que han pasado los obstáculos más difíciles de la competencia y por aquellas que apenas se encuentran en la línea de salida. El recorrido para todos es el mismo, para nadie es fácil.

 En el kilómetro dos el grupo se separa, algunas empiezan a cansarse, bajan el ritmo, el equipo las apoya. Pienso en mi mami, como me gustaría que estuviera conmigo, y de pronto siento en el rostro el calor de los rayos del sol que se ha asomado para acompañarnos en el recorrido. ¡Una caricia de mamá! Si, así se siente. Seguimos el recorrido. A mi lado corre una mujer de playera rosa, ¡sobreviviente! Cabello súper cortito, es mezcla de gris y canoso que me indica que ya es una mujer mayor. Sonríe, mira su reloj, y recibe la mirada y sonrisa del hombre que la acompaña ahora en este recorrido, pienso que es su esposo. Corremos juntas varios metros, y su energía me abruma, siento como el nudo se me forma en la garganta, las lágrimas empiezan a formarse en el interior de mis ojos… ¡pero no se puede chiflar y comer pinole!  Si lloro pierdo la respiración, y si pierdo la respiración no puedo correr.  ¿Y si me detengo a llorar? ¡No! No es opción, mejor sigo corriendo. Me separo de la pareja y sigo el recorrido.

La música en mi IPod me anima, hay porristas a la orilla del camino, la pancarta rosa “Go Annie Go”, ¡Por ahí viene Annie!  Y sus amigas la siguen apoyando.  Me distraigo leyendo los letreros que llevamos en la espalda “Por mi tía”, “Por mi suegra”, “Por un futuro sin cáncer” “Por mi mamá”, “Por mi hermana”, “Por las que ya no están con nosotros”, “Por las que inician la lucha”, “Por ti”… todos tenemos algo en común: hemos conocido de una u otra forma el cáncer de mama, la lucha, el dolor, los momentos de alegría y de sufrimiento. Seguimos el recorrido, es casi el kilómetro cuatro, los voluntarios nos indican la vuelta a la derecha, ¡Es el puente! , es de subida, no muy inclinada, pero corriendo se siente como escalar el Himalaya. Los grupos se separan aún más, los que empujan carriolas se esfuerzan.  A mi lado oigo una respiración quebrada, unos pujiditos de esfuerzo, la miro y viene con las mejillas encendidas, mirando un reloj que no es deportivo. ¿Está contando cuantos minutos de sufrimiento le quedan?  Le hablo por un minuto, “Vamos, ya es lo último, llegando allá (señalo) ya es plano y es el fin”, me contesta con sonrisa “Si, ya casi llegamos”.  Me retraso unos pasos para ver el letrerito de su espalda, “en memoria”, recupero el paso, pongo la mano en su hombro y le digo “¡Peggy está muy orgullosa de ti!” Sonríe, y la dejo atrás.

Casi termina la subida, me estoy cansando, pero a lo lejos veo ya los globos rosas y blancos, ¡el arco de la meta! Y al bajar el puente, escucho en la música de mi IPod “New York, New York” ¡La canción de mi mamá!  Aprieto el paso, sabía que la canción estaba en mi lista para la carrera, pero no que iba a empezar a tocar ¡al acercarme al final de la misma! ¡Así que aquí estás mami!  Veo a mi fan número uno en la banqueta de lado izquierdo, cámara lista para inmortalizar el momento. Me acerco a la orilla de la banqueta, le hago señales, me localiza y captura mi paso por los últimos metros. Miro mi reloj y hago el “sprint” final,…  “It’s up to you, New York, New Yoooork”  ¡cruzando la meta! Detengo el reloj 34:52.  Mi “porrista” me busca entre la multitud… me agacho apoyando las manos en mis rodillas, recupero la respiración y creo que la posición ahora si abre el dique que contuvo a las imprudentes lágrimas, ahora es mejor tiempo, las dejo rodar, mientras mi “porrista” me encuentra, me abraza, me reconforta. Me recupero en unos minutos, fotos en la meta, quiero una fotos de los dos juntos.  Vamos por agua, por una frutita, hay que re-hidratarse.  Y así poco a poco van llegando  todas, unas caminando, otras corriendo, muchas cantando, en disfraces locos, sombreros de flamingos rosas, plumas y “tutus” de ballet.  

Correr 5 kilómetros es fácil, vivir con cáncer y luchar contra él no lo es.  Y siempre que pueda vendré a correr por mi mamá, porque no haya más familias rotas por esta enfermedad, porque mis sobrinas corran por deporte y por gusto, no buscando la cura a una enfermedad.  Aquí nos vemos el próximo año, con cabello largo, corto o sin él. Aquí nadie viene a ganar una medalla de oro. Aquí venimos a celebrar la vida, un futuro sin cáncer y muchos kilómetros de solidaridad, entusiasmo y amor.

Los Saludo!!






En memoria de mi madre que corrió con valor la carrera más difícil de su vida.